A pesar de su juventud, ambos tenían camino andado en el Mundo del Cigarro. Se conocieron hace poco tiempo, cuando la afinidad de sus ideales y visión de futuro les impulsaron a formar una sociedad y establecer la Tabacalera la Lealtad en Villa González, municipio de Santiago, en la República Dominicana. Hablamos de Yovanny Pérez y Roque Tejada, quienes relanzan la marca Marvanny –con tres años en el mercado– y buscan consolidar sus productos, elaborados con pasión y dedicación.
Trabajan en armonía. Uno se encarga principalmente de los temas comercial y administrativo, y el otro, de lo relacionado con la fabricación. Tienen una amistad profunda, con respeto tanto a lo que hacen como a las personas que han puesto su confianza en ellos. Saben que todo árbol surge pequeño y hay que cuidarlo para que luego rinda frutos. Todo a su tiempo…
HISTORIAS SEPARADAS
Roque nació hace 41 años en Villa González, donde su familia cultivaba tabaco. Dice que desde niño, durante las vacaciones escolares iba a trabajar a la parcela de su abuelo paterno. Todavía recuerda el aroma que desprenden las hojas cuando las cortan, así como el de la casa de curado. Cuando esa actividad ocasional se fue volviendo cotidiana “ya siempre estaba metido en el conuco, y tan me enamoré del tabaco que hasta llegué a serenar con él; es decir, a cuidar los campos de noche, porque podían robárselo”.
Sus mayores le enseñaron que la planta es como una rosa y si la maltratas, se daña. Él aprovechaba para preguntar todo lo que se le ocurría: ¿por qué y cómo se madura?, y cosas así. De tal suerte que le explicaban las técnicas usadas desde siempre, “porque en ese tiempo no había agrónomos aquí, y era una labor difícil”.
Después acompañaba a su madre, quien trabajaba en un almacén como despalilladora. Así que cuando ingresó al bachillerato, en sus tiempos libres iba a separar las hojas y ayudaba en el empuje en los campos. A sus 15 años, un señor a quien llamaban El Negro le ofreció trabajo y cada amanecer estaba camino a la parcela. Ahí aprendió a deshierbar, a desbotonar las hojas y buena parte del proceso de cultivo.
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Yovanny –quien recién cumplió 35 años– nació en Santo Domingo, pero muy pronto su familia se mudó a Santiago, donde realizó sus estudios hasta llegar a la universidad. Considera que esta ciudad ha sido siempre muy bonita, pero que antes la gente era más amable. “Con un vecino podías pasarte una greca de café, un plato de comida… En estos tiempos eso ya no se ve”.
Cuenta que su mamá ha trabajado siempre, porque su padre falleció cuando él tenía cuatro años. Se crió con esa ausencia, pero a cambio tuvo siempre la figura de su abuela, en cuya casa vivían también los primos, en armonía. Ella, doña Gloria, fumaba. “Así que me mandaba al hospedaje a comprarle andullo. Cuando se descuidaba con la pipa, yo ya la tenía en la boca. Apoyadora era. Le decía ‘dame, a ver a qué sabe eso’, y me ahogaba. Demasiado fuerte, pero muy dulzón. Recuerdo ese sabor como ahora mismo”.
Su madre le mandó a trabajar desde pequeño, así que cuando tenía 13 años le dieron oportunidad en una panadería que se llamaba El Dorado 2, cuyos dueños eran amigos de la familia. Quedaba a una esquina de su casa y al salir del colegio se iba para allá. Era el encargado de cobrar, porque no tenía los conocimientos para hacer pan. Pero fue una experiencia que le ayudó a formarse, y “gracias a Dios tuve educación y una madre que siempre estuvo arriba de mí: he ido derecho y por la línea”.
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