Vitolfilia
José Antonio Riuz Terraseca
Cuba siempre fue el origen del mejor tabaco del mundo. A finales del siglo XVIII, por una serie de circunstancias favorables, cuando la isla cubana se convierte en uno de los primeros países productores y exportadores de materias primas como azúcar, café, algodón y por supuesto tabaco. Esto da lugar a la transformación económica de la colonia que, de ser en épocas pasadas un territorio de segundo orden desde un punto de vista económico, pasa a convertirse en uno de los más florecientes del Imperio español.
El consumo de tabaco en la isla en sus distintas modalidades siempre estuvo arraigado, siendo habitual entre las clases populares, antes de que se pusiera de moda en Europa.
Hasta la publicación de las Leyes de Indias, mediante Real Cédula de 18 de mayo de 1680, no se autorizó en Cuba la siembra de tabaco. El 20 de octubre de 1614 aparece otra Real Cédula por la que se declara libre su cultivo, disponiendo que, una vez cubiertas las necesidades del país, el tabaco sobrante se enviase registrado a la Contratación de Sevilla.
El Imperio Español muy pronto se apercibe de la importancia del tabaco y de sus posibilidades para obtener píngües beneficios a través del control de su producción y comercialización, y apuesta decididamente por una política centralista, basada en una gestión tipo Monopolio, que según el momento se materializó bien con una Administración de la Renta directa, es decir, gestionada por el estado o bien o a través de un contrato de arrendamiento a terceros, donde la gestión se delegaba a terceras personas, siendo el estado mero vigilante del clausulado del contrato y beneficiario de los porcentajes sobre el negocio, previamente pactados.
Así, el rey Felipe IV, mediante Real Cédula de 28 de diciembre de 1636, daba un paso definitivo para controlar el cultivo, manufactura y comercialización del tabaco, estableciendo el primer estanco del tabaco.
El 18 de diciembre 1740, por Real Cédula, se constituye la Real Compañía de Comercio de La Habana a la que se le otorga el monopolio del comercio de tabaco, azúcar y otras materias primas producidas en la isla. La Real Compañía no sirvió para controlar la fuga de impuestos sobre el tabaco que suponía el creciente contrabando, molinos clandestinos, etc. Solo sirvió para que unos pocos privilegiados hicieran grandes negocios.
En 1760, un año después de la llegada al trono español de Carlos III, se establece el Estanco de Cuba y la denominada Segunda Factoría del Tabaco de La Habana, cuya principal misión era comprar la totalidad del tabaco cosechado en la Isla y almacenarlo en La Habana para controlar la producción y comercialización del tabaco en toda la isla, que se realizaba a través de delegaciones de la Real Factoría en las principales ciudades productoras. Con estas se pretendía combatir el contrabando y garantizar que las fábricas sevillanas estuvieran siempre bien abastecidas.
En 1762, los ingleses ocuparon parcialmente la isla de Cuba, en concreto la ciudad de Habana, durante un año y el Estanco Cubano es suspendido durante ese periodo.
Por Real Orden de 25 de noviembre de 1775, y según proyecto remitido por los administradores de la Renta del Tabaco, se aprueba la construcción del primer edificio de Cuba destinado al tabaco, la Real Factoría del Tabaco de la Habana, finalizado en 1797, después de varias ampliaciones. En este punto creo oportuno puntualizar que el término “factoría” puede llevarnos a pensar que se trataba de una fábrica de tabaco, y no era así pues daba cobijo fundamentalmente a funcionarios de la Administración del Estanco de Tabaco y a almacenaje de la hoja, previa clasificación, y secado antes de ser llevada al puerto. En menor medida había también alguna sala dedicada a la elaboración de tabaco en sus distintas modalidades.

Estaba ubicado muy cerca del cuartel de San Ambrosio (luego hospital), a orillas de la bahía y junto al Real Astillero, sitio idóneo para facilitar el embarco del tabaco con destino a Sevilla, sede de la Administración Central del Monopolio.
Fue una obra monumental, el mayor edificio de La Habana de la época, diseñado por el ingeniero militar Silvestre Abarca, constructor de la fortaleza de La Cabaña, al sur de la bahía habanera. Era un edificio de dos pisos, de estilo puramente funcional. El piso superior estaba destinado a residencia de los administradores de la Real Factoría y otras pequeñas dependencias para los talleres de torcido de tabaco. En la planta baja estaban las salas de recepción, clasificación y almacenamiento del tabaco, que era secado en el patio y en las azoteas. En una de las alas se instalaron los molinos de piedra que, movidos por caballos, elaboraban el polvo de tabaco cubano, producto de moda en aquellos años, muy demandado y apreciado por su gran calidad.
Habrá que esperar a los albores del siglo XIX cuando Cuba, la Perla del Imperio Español, aprovechando los aires liberales tanto en lo político como en lo económico, con la liberalización del comercio internacional y el ascenso imparable del hábito de fumar en Europa y América, comienza su imparable carrera para convertirse en la gran productora mundial de tabaco de calidad.
A partir de 1811, el Estado español, forzado por las continuas revueltas de los campesinos del tabaco o vegueros y las imparables corrientes liberalizadoras del comercio internacional, toma conciencia de que debe cambiar su política e inicia una serie de tímidas medidas, que sería el comienzo de un camino que, con avances y retrocesos, ya no tendría retorno.
El 13 de septiembre de 1813 el primer gobierno liberal de Fernando VII decreta medidas para el desestanco, sin la experiencia necesaria e indispensable, mediante las cuales se sustituía el Estanco por un impuesto sobre la introducción de los tabacos, pero ante el temor de que los menguados ingresos de la renta sufriesen todavía nuevos quebrantos, no llegó a implantarse y el decreto fue anulado el 24 de julio de 1814.
Todas estas disposiciones culminarían finalmente en la promulgación del Real Decreto de 23 de junio de 1817 por el que se declaraba abolido el estanco del tabaco tanto en Cuba como en el resto de colonias españolas, excepción hecha de Filipinas, que tendrá que esperar hasta 1881. Quedaba libre su cultivo y comercialización, y extinguidos los privilegios de la Factoría de Tabacos de la Habana. El tributo real que el cosechero debía de pagar en especie a la Hacienda española antes de disponer de ella a voluntad era de la vigésima parte de la hoja de tabaco cosechada de primera y segunda clase. Se iniciaba así el imparable despegue de la industria de tabaco cubano.
En 1820 se comienza a notar la abolición del estanco; comienzan a proliferar pequeñas empresas dedicadas a la elaboración de cigarros y cigarrillos. Con el paso del tiempo, algunas de ellas se convertirían en importantes empresas tabaqueras.
Hasta la década de 1850, la industria del tabaco cubana radicaba principalmente en multitud de talleres artesanales llamados chinchales, donde unos pocos operarios torcían tabaco en espacios reducidos y precarias condiciones. Estos establecimientos, que eran habitaciones de domicilios particulares, porterías, cuarteles, tiendas, bodegas, cárceles, etc, mejoraban y crecían según la calidad de sus productos y la capacidad del fabricante para crear una buena red de comercialización; de esa forma, algunos de ellos pronto se convertirían en auténticos talleres de tabaquería con un buen número de empleados a su cargo.
Al principio, la distribución era rudimentaria, siendo el mismo chinchal el que adquiría el tabaco en rama y también quien lo distribuía por tabernas, bodegas, porteros de fincas o incluso particulares.
La excelente calidad del tabaco cubano muy pronto traspasó las fronteras de la isla, por lo que la exportación de cigarros crecía constantemente, aunque también lo hizo el precio que se debía pagar por ellos. En 1842 Cuba exportó unos 150 millones de puros y diez años más tarde serían 245 millones.
En 1827, en La Habana, había registradas 464 tabaquerías dedicadas a la elaboración de cigarros; en 1861 la cifra era de 516, de las cuales 158 ya eran auténticas fábricas con más de 50 operarios, todo ello sin contar con los innumerables chinchales y particulares que torcían tabaco en sus casas o cualquier sitio como tiendas, cuarteles, porterías, etcétera y que, por supuesto, no figuraban en ningún registro oficial.

El Directorio de artes, comercio e industrias de La Habana de 1859 citaba más de mil 250 marcas de tabaco y cigarros, constatándose que este era el oficio que más espacio ocupaba en esta publicación, con diferencia, lo que demuestra la importancia de la industria del tabaco en Cuba en aquellos tempranos años de auge del tabaco.
A título de curiosidad, merece la pena citar lo que uno de los muchos aventureros románticos que visitaron Cuba en el transcurso del siglo XIX, en este caso el francés Xavier Marmier en 1851, y que dice así: “Una parte del tabaco se fabrica en las casas particulares de la isla… No hay calle en La Habana donde no se encuentre alguna tabaquería; en cada una de ellas hay 20, 30 o 40 trabajadores, divididos en varias secciones, cada una de las cuales tiene una ocupación especial”.
Al calor de este auge de la industria del tabaco en la isla acudirían emigrantes de todo el mundo, pero sobre todo españoles, y más concretamente canarios, catalanes, asturianos y gallegos.
Como veremos en detalle más adelante, fueron ellos los pioneros de las que llegarían a convertirse en las prestigiosas marcas de tabacos o puros habanos, abriendo el camino a familiares y amigos y formando clanes familiares y grupos sociales muy fuertes en toda Cuba, que perdurarían hasta bien entrado el siglo XX resistiendo a duras penas la colonización económica que supuso la entrada de los Estados Unidos en la economía cubana a raíz de su intervención en la Guerra de la Independencia Cubana.