La cultura del vino es tan vieja como la humanidad –o casi–, pues ya en el Génesis (IX, 20 y 21) se dice que Noé principió a ser hombre de campo a raíz del Diluvio; “que plantó la vid, bebió el vino y se embriagó”. El inesperado desenlace se presta a varias consideraciones, una de ellas que el premier cru postdiluviano fuera un caldo más bronco que el Cariñena porque Noé carecía de dotes para vitivinicultor, o porque las tierras aledañas al Monte Ararat resultaran inadecuadas para el viñedo por las muchas sales que afloró la terrible inundación, y otra que Noé bebió el vino demasiado tierno, sin añejarlo en barricas de roble americano. Todavía podríamos echar mano de una tercera explicación: la de que si Noé se embriagó con su propio vino fue porque era imbécil de nacimiento.
Mas no obstante la mala imagen que adquirió el vino a raíz de la bíblica borrachera –Noé fue un precursor de los marinos actuales, que se ponen como cubas en cuanto bajan a tierra–, su estro mejoró con el tiempo hasta el extremo de que el rey Salomón recomendó en el Eclesiastés: “Ve, come alegremente tu pan y bebe tu vino”, consejo sapientísimo que Jesús tendría en mente al acudir a una boda en Caná de Galilea. Refiere San Juan (II, 6, 7, 8, 9 y 10) que no habiendo llegado el vino para las celebraciones, y hallándose allí unas tinajas de piedra, Jesús ordenó que las llenaran con agua, hecho lo cual mandó que se sacara líquido en un vaso y se le diera a beber la maestresala, quien certificó que lo que en las tinajas estaba no era agua sino vino.
“Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros”, dice San Juan. Milagro habría sido también que Jesús convirtiera el vino en agua, mas no habría sido un milagro bondadoso. Como los hechos ocurrieron según el texto de San Juan, en cambio, el Hijo del Hombre mostraba no sólo su condición todopoderosa sino, al mismo tiempo, su profunda empatía por los invitados.
Mas no terminan en este punto las excelencias del pasaje evangélico, pues Juan agrega que el maestresala, una vez que probó el vino, llamó al desposado y le dijo: “Todos sirven al principio del vino mejor, y cuando los invitados han bebido ya a satisfacción sacan el más flojo. Tú, al contrario, has reservado el mejor vino para lo último”, líneas que si bien comprueban que en Galilea se tenía la pésima costumbre de servir por delante los vinos buenos y posteriormente los malos o mediocres –la técnica correcta para servir el vino es la contraria-, Jesús, con su infinita sabiduría, los iluminó para que sirvieran el vino bueno al final.
Me permito además llamar la atención del lector en punto a que, según el Evangelio, el vino de las tinajas era un buen vino, o sea que el de las Bodas de Caná fue un milagro doble, pues si convertir el agua en vino malo habría sido ya extraordinario, volverla vino bueno fue plenitud de omnipotencia. Que Jesús tuvo la mejor opinión del vino pruébalo no sólo el texto evangélico sino, sobre todo, que en la hora suprema de su vida hiciera del pan su cuerpo, y del vino su sangre para que comieran y bebieran sus discípulos.
* Texo de José Fuentes Mares, en Nueva Guía de Descarriados, Ed. Joaquín Mortiz, 1977, pp. 91-95.