Hattori Hanzo también se hundió en la rada de Iquique

De todo mi gusto

Por Michel Texier Verdugo

 

“La chica que esperaba era infinita, como el bajo que perdí, pegaba las canciones con curitas”

Curitas, Charly García

Se abre la puerta eléctrica, y un arara azul/amarillo (un guacamayo, por si no se entiende) te recibe en un patio cubierto por una red que impide su escape a la vez que le permite volar libremente en un espacio mucho mayor que una jaula tradicional y que comparte con una pileta llena de plantas acuáticas y una tribu de siete peces Koi y con Ato, un imponente Akita que de feroz tiene lo que yo de pelirrojo.

La entrada a los salones ya nos otorga la sensación que buscamos cuando nos dejamos caer en un espacio donde el disfrutar del fumar es lo importante, pisos gruesos de madera boliviana entregan un confort y una calidez que se agradece, cielos altos y grandes ventanales iluminan con facilidad un recinto donde el cuero de los amplios sillones nos regala la textura perfecta para reposar mientras disfrutamos de nuestro tabaco.

Pero hay toques distintivos que justifican los mil 736 kilómetros que tuve que recorrer para poder conocer este bien guardado secreto de Iquique, la Ciudad Histórica, una decoración escogida casi como al azar y en donde antigüedades y objetos contemporáneos conviven en perfecta armonía te permiten establecer un juego permanente con el recinto, jugando con la ambientación, estimulando la imaginación y haciendo del fumar en sake una coreografía en constante cambio y en donde el límite solo lo impone la imaginación del fumador.

Yo me di varios gustos, Cigarvoss se dio otros tantos, partiendo por el guiño a Dusty Hill en la imagen principal de esta historia, guitarra en mano, sentado en una vieja silla de barbero, fui parte de ZZ Top por un rato a la vez que mi compañero de travesía se animaba a sacarle unas notas, puro en mano como corresponde, al enigmático piano rojo que decora el escenario central del salón del segundo piso del local.

Fui piloto de carreras por varias horas, con un volante Nardi Imola sobre la mesa central, y guantes de cuero para conducir fantaseamos sobre carros clásicos, imaginamos fumar al volante de algún descapotable histórico, recorriendo pequeños pueblos de la costa azul francesa o del Adriático italiano, buscando los vinos apropiados al tabaco escogido, los quesos, el paisaje ideal, con paredes centenarias, calles estrechas y adoquines de piedra.

Neptuno custodió nuestro cigar caddy, envidioso de la posibilidad de fumar que él, en la profundidad del mar, no consigue alcanzar a pesar de su poder inconmensurable, nunca la noción que el césped del vecino es más verde estuvo tan presente como en ese momento, al punto que el Dios de las aguas intentó quedarse con nuestros tabacos, facilitándonos el acceso al alcohol en un claro intento por hacernos olvidar que habíamos confiado a sus manos el cuidado de lo que nos quedaba por fumar.

Nos rescató de esa circunstancia un samurai imponente que, plasmado en un oleo de la sala, intentó acercarnos a ciertos elementos de la cultura japonesa, celebró nuestra elección de tabaco como maridaje a los platos de la carta de sake, e intentó, infructuosamente, cambiar el whisky de nuestras copas por alcohol de fermentado de arroz, del cual nuestro anfitrión dedujo el nombre de su negocio y que ya 14 años antes de Cristo se ofrecía como ofrenda a los dioses en el Japón antiguo.

Abusando de la cercanía en la amistad con el dueño, nos paseamos por la cocina, nos robamos para la escenografía una pierna de jamón de bellota, nos fotografiamos junto a la última selección de rones y whiskys para el bar (digno de cualquier consumidor exigente) y pasamos dos días largos disfrutando la hospitalidad y fraternidad de la casa siempre con el aliciente del humo como un compañero permanente en un universo dueño de un surrealismo digno de André Breton.

Luz, madera, arte, confort, una pequeña pero cuidadosa selección de tabacos, un conejo enano deambulando como en un delirio entre los sillones, espejos de clara orientación ornamental religiosa al pie y en el descanso de la escalera, la intuición que en cualquier momento aparecía la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas ordenando que nos cortaran la cabeza, un jardín trasero donde el perfil de las palmeras nos traía de golpe desde la Europa automovilística, clásica, mediterránea, hasta la Miami tropical, cálida, húmeda, obligándonos a desandar el camino desde la mediana formalidad del fumador europeo (que tan bien describía Cigarvoss en su entrevista a Alex Cigar Dandy en el número pasado) a la cordialidad de extrema informalidad del fumador que se acostumbra encontrar en Florida, en donde cualquiera que llega se sienta a tu lado, te cuenta su historia, te hace probar su puro y siempre, como en un ritual recurrente, alguien te hace llegar alguna dosis de buen café cubano.

Poco a poco Chile comienza a instalarse en un mapa cada vez mas nutrido de lugares para fumar, si bien no dedicados exclusivamente a esa tarea, porque la legislación no lo permite, cada día son más los que se atreven a ofrecer a sus clientes y amigos el contenido de su humidor, se declaran Smoke (y pet) Friendly y destinan alguna terraza para el disfrute de un buen tabaco amén de la carta de comida y bebida permanente del local, poco a poco se los iremos presentando, públicos y privados, los Cigar Lounge han comenzado a instalarse en nuestro país, y lentamente, los fumadores de tabaco comenzamos a reconquistar un espacio que nos fue arrebatado al igualarse nuestro placer con el vicio del cigarrillo, distinción pendiente en casi todas las legislaciones del mundo por la cual no debemos dejar de luchar, al fin y al cabo, como canta Charly García en la canción del Indeciso: “No pienses que estoy loco, es solo una manera de actuar, no pienses que estoy solo, estoy comunicado con todo lo demás”.

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